Hay
gente que nace con un don; con un buen oído, una flexibilidad de infarto, una
destreza perfecta para trasformar la realidad en pintura… Chema, sin duda, ha
nacido con uno, pero va más allá de una simple habilidad. Chema es capaz de ver
en los objetos lo que nadie ha visto antes. Es capaz de sacarles de su
naturaleza ordinaria para crear algo totalmente extraordinario. Chema mira con
otros ojos, con otra mirada. Encuentra historias y mensajes donde parece no
haberlas, en los objetos más cotidianos.
Una alfombra,
unas escaleras y una piscina. Tres elementos que separados no significan nada
pero que juntos, se convierten en una obra de arte. Pero nadie, excepto Madoz,
se atrevió a colocarlos de esa manera. Es esta obra, la fotografía que me
confirmó, una vez más, que Chema Madoz tiene algo de genio. Y no lo digo por
admiración, que también, sino porque la RAE dice que un genio es aquel que
posee la capacidad mental extraordinaria
para crear o inventar cosas nuevas y admirables. ¿Y qué son las fotografías de
Madoz sino creaciones nuevas y admirables? Un genio con algo de mago también.
Cuando actúa, la imaginación de quienes le ven se activa y siguen atentos al
truco que parte de la realidad pero acaba con resultados sorprendentes.
Consigue establecer un diálogo con el espectador, un juego donde éste termina
con la boca abierta, el ceño fruncido o con una sonrisa tonta que se escapa
inmediatamente. Como los niños viendo al mago.
Mientras
todas esas ideas corretean por mi mente, esa alfombra sigue ahí; quieta, bajo
el agua, tranquila y esperando unos tacones que la acaricien. Una pareja se
cuelan en mi cuadro de visión y se paran frente a la fotografía. Creo que, como
a mí, les ha encandilado. Los dos la observan, en silencio y tras unos segundos
siguen disfrutando de la exposición. Esto me aleja de la alfombra de nuevo y me
hace pensar en la relación de Madoz con los espectadores.
¿Qué
tendrá Chema, me pregunto en medio de esa sala blanca impoluta, que gusta a
todo el mundo que se cruza con alguna de sus creaciones? Puede ser su
sencillez, su mensaje, la limpieza de sus fotografías, el equilibrio… o quizá
esa poesía que se encuentra detrás de cada imagen. Y es que Chema no es
fotógrafo, sino un poeta con cámara en mano que trasforma los versos en luz, en
objetos, en composiciones. Dicen que los poetas son aquellos que ven más allá
de las cosas, los que intentan explicar la realidad de manera diferente. Dicen
que el esqueleto de la poesía es la metáfora. Y Chema, es todo eso. Es ver más
allá del objeto, darle otra vida, otro significado. Con él, las cosas dejan de
ser lo que siempre han sido para ser otras diferentes y adoptar otra identidad.
Por
eso, quizá, le gusta a la gente. Sin embargo, no hay que pecar quedándose en el
principio del camino. La vereda que nos ofrece Chema es mucho más larga. La
primera lectura es una lectura fácil, ingeniosa, divertida y accesible, es
cierto. Sin embargo, sus obras son algo así como una cebolla, una cebolla con
muchas capas. Hay que ir quitándolas poco a poco, para llegar a entender todo
lo que hay detrás de esa primera imagen y descubrir la poesía, el mensaje y las
cuestiones más complejas de la obra. Y así, quitando capas y capas, puede que
lleguemos, incluso, como con las cebollas, a llorar.
Vuelvo
a la galería, a esa exposición en medio de un Madrid lluvioso. Paseo por ese
universo poético que Chema nos ha regalado y salto de foto en foto ahogándome
en metáforas de medio formato. Bombillas que lucen versos, libros con escaleras
hacia su interior, telas de arañas que hablan, manos que tejen oraciones,
alzacuellos con códigos Bidi y cordones de zapatos a modo de riendas de
caballo. Un estilo surrealista, abstracto, con una pincelada de dadaísmo, que
permanece estático, constante, fiel a los tercios, a la composición y que
susurra y sugiere ideas y reflexiones que revolotean por las salas.
Me
pregunto de dónde sacó ese don…
En
una entrevista a RTVE confesó lo siguiente que puede que resuelva algunas
cuestiones: “Una vez fui a la casa donde daba las clases mi profesora
particular. Aquel día llegué un poco más tarde y ya no quedaba sitio, estaban
todos los niños en la mesa ocupando todas las sillas. Así que la profesora sacó
una banqueta, la colocó delante del horno, lo abrió y la puerta del
electrodoméstico terminó convirtiéndose en mi mesa aquel día. Fue ahí cuando
fui consciente de la posibilidad que ofrecen los objetos más allá de lo que
son”.
Algo
de lo que Chema puede estar orgulloso es de su mirada única, de su personalidad
y su estilo inconfundible. Y es que resulta sublime que, sin firma de por medio,
la gente al ver una fotografía de estas características pueda identificar la
obra al momento y afirmar sin dudarlo: “Ésta es de Madoz”. Un minimalismo y una
sensibilidad que se acerca a la pureza y que desecha lo prescindible para
mostrar solo lo justo y necesario. Un enfoque perfecto donde todos los
elementos aparecen nítidos. Una luz mayoritariamente natural con alguna
excepción de estudio para destacar algún elemento. Una sencillez elegante que se
viste a la vez de expresionista y un blanco negro que aleja a la imagen de la
realidad sin dejar de ser tan real como su propia fotografía analógica
revelada. Todo ello es lo que grita en silencio que una fotografía es de Madoz.
Y
después de nadar entre tanta reflexión a la que invitan sus fotografías, volví
al agua de aquella piscina y supe que tenía motivos suficientes para afirmar
que Madoz está escrito con M de Maravilloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario