“Hay rimas que se reinventan bajo los mismos sombreros y esperamos que a sus oídos les plazcan” decía una voz rota que no podía ser otra que la de Joaquín. Y es que si hablamos de Sabina, no puede ser otro sombrero que un bombín, el mismo que anoche vistió Madrid para recibir al Maestro con más 10.000 brazos abiertos esperando vivir en una misma noche, 500 noches para una crisis.
Un telón rojo teatral de terciopelo y su incondicional banda,
le esperaban sobre las tablas tocando los primeros acordes de Ahora que hasta que segundos después
llegó él para entonar, junto con un antiguo palacio de los deportes hasta la
bandera aquello de Ahora que estoy más
vivo, de lo que estoy. Y vaya si lo estaba; después del gatillazo del 14 de
diciembre de 2014 en el mismo escenario, el de Úbeda aguantó nada más y nada
menos que 3 horas de concierto a sus 66, “cincuenta y quince dicen que aparento”, bromeaba.
La segunda canción rozó el corazón de los más gatos y gatas.
Un Yo me bajo en Atocha sonó mientras
la Cibeles, la Gran Vía, o la Puerta de Alcalá dibujadas por el propio Joaquín
se proyectaban a su espalda. “Con el ictus dejé de tocar la guitarra y como no
sé estar con las manos quietas, aparte del noble arte de la masturbación, me
dediqué a hacer estos dibujos”. “La primavera sabe que la espero en Madrid”
cantaba y, ésta vez, siendo más verdad que nunca. Después del momento más castizo de la noche,
tocaba levantarse del asiento y echarse unos bailes. Fue a ritmo de la que da
título a esta gira y fue Sabina el que abrió la caja de pandora con los
primeros punteos de la guitarra que, sonando más lentos de lo habitual,
avisaban de que el cantante disfrutaba y quería saborear los 10 segundos que
separan el comienzo de la canción de esa frase que todos al unísino cantaron en
el palacio: “Lo nuestro duró…”. “Antes no había whatsapp, ni emilios, ni
malditos teléfonos móviles, así que nadie sabía lo que me dijo, pero ahora todo
el mundo lo sabe. Dijo…” “Hola y adiós” contestaba el público y fue ahí a mitad
de la canción y sin que hubiera pasado ni media hora desde el comienzo del
concierto, cuando el jienense soltó la guinda que se ha convertido en titular
de muchos medios. “¡A que me da un
ataque de pánico escénico!” bromeaba mientras su público le respondió con unas
carcajadas y un aplauso cómplice.
Barbi superstar fue la tercera en la parrilla y Sabina cambió
su verso de “los del rayo” por “los del atleti no éramos gran cosa”. Ya sin su
guitarra, con su traje azul y bombín se arrancó a bailar y después de
levantarle la falda a su saxofonista y desabrochar un botón de la
camisa de su corista, se santiguaba y se reía con la banda cómodo como Pedro
por su casa.
Hizo un parón y, de nuevo, como en el salón de casa, habló
con el público de su ictos, de sus hábitos y del origen de esta gira. “Cuando
me dio el marichalazo tuve que cambiar de amigos y de vida. Los viejos rockeros
eran unos drogadictos y a mí me dijo el médico que tenía que abandonar esas
sustancias, así que me cambié de bando y fui con los poetas, que no tomaban
drogas, pero eran unos borrachos” decía entre risas. “Además, dicen que los
ictus dejan secuela, pero créanme que yo me la sigo viendo igual, aunque ella
diga que no” decía refiriéndose a su Jime, con la que comparte vida desde hace
más de una década. “Lo peor de todo fue que me hizo jurar sobre la Pepa (la
Constitución de 1812) que nunca volvería a tocar las puertas de las
Magdalenas".
Y dicha la palabra mágica, Magdlena, sonó de inmediato con la
música de Pablo Milanés. Un dibujo de un cuerpo desnudo de mujer, una farola en
medio del escenario y una sensual Mara Barros, tentaban en el escenario al
flaco, que no escondía las lágrimas mientras cantaba con el público
eso de “La más señora de todas las
putas, la más puta de todas las señoras”. Siguió emocionado, esta vez con
guitarra en mano, cantando A mis cuarenta
y diez donde nombra a su Rocío y su Carmela y cuyo título corresponde con
“la edad hasta la que hay que alargar la juventud”. Tema que, por cierto,
dedicó a la periodista y escritora Nativel Preciado y al juez Fernando Grande
Marlaska, "el único juez que tiene apellido de grupo punkie", que se
encontraban en el concierto.
Y después de Donde habita el olvido el concierto siguió,
como la vida y las cosas que no tienen mucho sentido. Y lo hizo con una
interpretación “más inventada que traducida” de una canción “del viejo juglar
de Minessota, Bob Dylan” It Ain't me
baby, que estrenó en el mismo escenario en el primer concierto de diciembre
2014.
De nuevo, paró y “conmovido” agradeció que “con la que está
cayendo” es la tercera vez que, puede subirse al mismo escenario con el cartel
de completo. Aprovechó también para homenajear a su banda que, durante todo el
concierto, le arroparon desde sus posiciones. “Son mi familia, sin ellos no
estaría aquí” decía el del atleti, “no son mercenarios de gira, con todos mis
respetos. Ellos ríen conmigo, gozan conmigo, sufren conmigo y me empujan a
componer cuando no se me ocurre nada”. Les cedió el protagonismo y mientras se
quitaba la chaqueta y se cambiaba de sombrero, Jaime Asua tomaba el escenario
con El caso de la rubia platino.
Volvió Joaquín a las tablas y defendió Cerrado por derribo, Qué
hermosas eran (sin olvidar a la última y cuarta que vino y se quedó) y, con
metrópolis de fondo y una bandurria acompañándole, siguió con De purísima y Oro y su Atleti de
aviación. Parecía que la banda se marchaba, pero después de que el público
coreara “Otra, otra”, la familia salió y levantó al palacio con Más de cien mentiras, Noches de boda y la ya convertida en
himno Y nos dieron las diez y las once,
(cuyo misterioso pueblo con mar ya se sabe fue Lanzarote).
Volvieron a irse, pero las más de 10.000 personas no estaban
dispuestas a alejarse del Maestro tan pronto, así que volvieron a reclamar sus
bises. Y éstos, obedientes y fieles a la afición, salieron al ruedo como Los
Ramones a ritmo de los acordes más rockeros. Sonó Conductores suicidas, Callejón
sin salida, entonada por Pancho Varona y una increíble Mara Barros que cerró
bocas y conquistó los oídos y corazones de los allí presentes cantando con un
gusto soberbio La canción de las noches
perdidas. Y aprovechando que estaba ante los focos, Sabina se acercó para
interpretar con su corista y amiga Y sin
embargo. Ya era demasiado tarde y Princesa no podía faltar en esta cita
madrileña, y a pesar del nada de
adiós muchacho de Tan joven y tan viejo,
Joaquinito se fue yendo like a Rolling
Stone, no sin antes regalar a su gente Un
amor civilizado y el penúltimo toro de la noche; Pastillas para no soñar.
Ojalá lo de “vivir cien años” no se quede
solo en un verso de ésta última canción y sea una realidad escucharle durante muchos años más. Por ahora, según aseguró el rojiblanco, toca esperar por lo
menos 2 años hasta volver a vernos, “si seguimos vivos”. Ahora sí, el maestro y
su familia se fueron cantando La canción
de los buenos borrachos y dejaron a Madrid sonriendo, luciendo su bombín y
contando los días para volver a ver a su hijo adoptivo, esperando que, como un
fugitivo, vuelva a sus calles, donde se cruzan los caminos y las estrellas se
olvidan de salir.
Preciosa crónica sobre la última noche de Madrid.
ResponderEliminar"Esta gira" no lleva acento, pero Ella (la Jime) se escribe con acento en la i por el hiato.
Mil gracias Lu, ya están lso cambios hechos ;)
ResponderEliminarQue te feliciten y además te ayuden a que el artículo esté perfecto, da gusto.
muchas gracias!!
Un saludo
Nos leemos ;)