Título:
Needless and Opium
Estreno:
7
Marzo 2015. Teatros del canal. Madrid. España.
Idioma:
Inglés y Francés. Subtítulos en castellano.
Duración: 95
minutos aprox. (sin intermedio)
Intérpretes:
Marc Labrèche (Robert Lepage y Jean Cocteau)
Wellesley Robertson III (Mile Davis)
Wellesley Robertson III (Mile Davis)
Texto
y dirección: Robert Lepage
Escenografía:
Carl Fillion. Iluminación:
Bruno Matt
En 1991 Robert Lepage escribió una historia de adicción. Adicción al opio, la heroína y al amor; tres drogas igualmente peligrosas y adictivas que pueden acabar complicándote la vida. Ahora, veinticuatro años después, esa historia llega a los Teatros del Canal encerrada en una habitación con forma de cubo.
Dentro,
entre esas tres paredes, se cuenta el romance del trompetista Miles Davis con
la musa del existencialismo, Juliette Greco. Al mismo tiempo, el primer viaje de Cocteau a Estados Unidos y a su vez, Lepage cuenta su propia historia y viaja a
París para alejarse de su reciente ruptura sentimental.
Tres
historias que se mezclan en un mismo escenario que, tan pronto es una habitación
de hotel o una consulta, como un estudio de grabación o una avenida de NY. Un
auténtico acierto de escenografía que consigue atrapar al espectador y dejarle con la boca abierta. La cuarta pared desaparece, literalmente, y los actores
dejan entrar al público en escena e incluso se dirigen a ellos con algún aparte, como si fueran
psicólogos que escuchan la historia que Robert cuenta sobre su pueblo quebequés.
La
elegancia, la magia y la sutileza con la que el escenario cambia y Marc
Labrèche y Wellesley Robertson III pasean por él, hacen de la frase de
Chèjov una realidad: “El artista debe tener esta capacidad para expresarse de
un modo ligero y fácil, con su carácter psicológico y físico”.
Todo
lo que pasa en ese cubo, parece fácil, excepto la abstinencia y el desamor
doloroso que sufre Robert en aquella habitación del Hotel La Louisiane, la misma
donde se habían bañado personalidades como Camus, Sartre, J. Gréco y los
mejores jazzistas norteamericanos. Pero como ya sentenciaba Jean Cocteau… “La
acupuntura cura casi todos los males. Son 12 meridianos los del cuerpo y 653
puntos por donde aparentemente por azar penetran las agujas. Sólo hay tres
cosas que no puede curar: la angustia, la falta de confianza y la pena de amor”
Sin
embargo, a pesar de que la obra tiene el acento en la soledad, la nostalgia y
las drogas, también es capaz de arrancar carcajadas. Como el monólogo
de Robert Lepage en el que se dirige a los técnicos del estudio de grabación.
Éstos no están es escena, ni siquiera existen, pero el talento de Labrèche
consigue que los espectadores logren verlos en su mente sin ningún problema. Un
homenaje a las palabras del surrealista Klee: “Lo importante es
hacer visible lo invisible”.
Agujas y Opio supone un nuevo caso de “menos es más”. Tres actores, una
silla, una cama, una trompeta y diversas trampillas que se abren y se cierran
en tan solo 3 metros cúbicos, son suficientes para contar una historia que
podría ser la historia de cualquiera. Una escenografía marcada por el plano
cinematográfico del autor que se sitúa a medio camino de la poesía visual y
teatro tradicional. Ex machina, ese cóctel multidisciplinar de actores,
escritores, técnicos, marionetistas, informáticos, contorsionistas y músicos,
entre otros muchos, han conseguido dar a luz una versión 2.0 del primer estreno
que se amolda a las tecnologías actuales y que, junto con la interpretación de
los actores, roza con la punta de los dedos, lo magistral.
Y es
que, al fin y al cabo, la historia de desamor de Robert, termina pareciéndose
bastante a la relación del público con la obra. Primero, entre toses se hace
patente el nerviosismo, la expectación, como los primeros momentos de una
relación amorosa en la que esperas ansioso la llegada del amante. Después las
toses se aplacan, quizá porque la obra ya les ha atrapado. Más tarde el
silencio es sepulcral y el público queda totalmente prendado del escenario y los
actores, como cuando no ves más allá de aquel que te ha encandilado. Y después
de unas carcajadas, unas tímidas lágrimas, sonrisas y buenos momentos, llega,
como en la historia de Robert, el momento de despedirse. El momento de decir
adiós a los actores y quedarse solo con el recuerdo de lo que allí ha sucedido.
Lo mismo que hace Robert con su amada, intentar olvidarla y seguir su camino.
Sin embargo, como en la obra… no siempre es posible y aun pasando algunos días
lejos del teatro, la mente te traiciona y añora volver a aquella butaca para
volver a enamorarse de lo que solo duró una hora y 35 minutos, pero que fue tan
intenso como una verdadera historia de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario