lunes, 30 de marzo de 2015

Needles and Opium: Un nuevo caso de menos es más




Título: Needless and Opium
Estreno: 7 Marzo 2015. Teatros del canal. Madrid. España.
Idioma: Inglés y Francés. Subtítulos en castellano.
Duración: 95 minutos aprox. (sin intermedio)
Intérpretes: Marc Labrèche (Robert Lepage y Jean Cocteau)
 Wellesley Robertson III (Mile Davis)
Texto y dirección: Robert Lepage

Escenografía: Carl Fillion.  Iluminación: Bruno Matt

En 1991 Robert Lepage escribió una historia de adicción. Adicción al opio, la heroína y al amor; tres drogas igualmente peligrosas y adictivas que pueden acabar complicándote la vida. Ahora, veinticuatro años después, esa historia llega a los Teatros del Canal encerrada en una habitación con forma de cubo.



Dentro, entre esas tres paredes, se cuenta el romance del trompetista Miles Davis con la musa del existencialismo, Juliette Greco. Al mismo tiempo, el primer viaje de Cocteau a Estados Unidos y a su vez, Lepage cuenta su propia historia y viaja a París para alejarse de su reciente ruptura sentimental.

Tres historias que se mezclan en un mismo escenario que, tan pronto es una habitación de hotel o una consulta, como un estudio de grabación o una avenida de NY. Un auténtico acierto de escenografía que consigue atrapar al espectador y dejarle con la boca abierta. La cuarta pared desaparece, literalmente, y los actores dejan entrar al público en escena e incluso se dirigen a ellos con algún aparte, como si fueran psicólogos que escuchan la historia que Robert cuenta sobre su pueblo quebequés.

La elegancia, la magia y la sutileza con la que el escenario cambia y Marc Labrèche y Wellesley Robertson III pasean por él, hacen de la frase de Chèjov una realidad: “El artista debe tener esta capacidad para expresarse de un modo ligero y fácil, con su carácter psicológico y físico”.

Todo lo que pasa en ese cubo, parece fácil, excepto la abstinencia y el desamor doloroso que sufre Robert en aquella habitación del Hotel La Louisiane, la misma donde se habían bañado personalidades como Camus, Sartre, J. Gréco y los mejores jazzistas norteamericanos. Pero como ya sentenciaba Jean Cocteau… “La acupuntura cura casi todos los males. Son 12 meridianos los del cuerpo y 653 puntos por donde aparentemente por azar penetran las agujas. Sólo hay tres cosas que no puede curar: la angustia, la falta de confianza y la pena de amor”

Sin embargo, a pesar de que la obra tiene el acento en la soledad, la nostalgia y las drogas, también es capaz de arrancar carcajadas. Como el monólogo de Robert Lepage en el que se dirige a los técnicos del estudio de grabación. Éstos no están es escena, ni siquiera existen, pero el talento de Labrèche consigue que los espectadores logren verlos en su mente sin ningún problema. Un homenaje a las palabras del surrealista Klee: “Lo importante es hacer visible lo invisible”.

Agujas y Opio supone un nuevo caso de “menos es más”. Tres actores, una silla, una cama, una trompeta y diversas trampillas que se abren y se cierran en tan solo 3 metros cúbicos, son suficientes para contar una historia que podría ser la historia de cualquiera. Una escenografía marcada por el plano cinematográfico del autor que se sitúa a medio camino de la poesía visual y teatro tradicional. Ex machina, ese cóctel multidisciplinar de actores, escritores, técnicos, marionetistas, informáticos, contorsionistas y músicos, entre otros muchos, han conseguido dar a luz una versión 2.0 del primer estreno que se amolda a las tecnologías actuales y que, junto con la interpretación de los actores, roza con la punta de los dedos, lo magistral.


Y es que, al fin y al cabo, la historia de desamor de Robert, termina pareciéndose bastante a la relación del público con la obra. Primero, entre toses se hace patente el nerviosismo, la expectación, como los primeros momentos de una relación amorosa en la que esperas ansioso la llegada del amante. Después las toses se aplacan, quizá porque la obra ya les ha atrapado. Más tarde el silencio es sepulcral y el público queda totalmente prendado del escenario y los actores, como cuando no ves más allá de aquel que te ha encandilado. Y después de unas carcajadas, unas tímidas lágrimas, sonrisas y buenos momentos, llega, como en la historia de Robert, el momento de despedirse. El momento de decir adiós a los actores y quedarse solo con el recuerdo de lo que allí ha sucedido. Lo mismo que hace Robert con su amada, intentar olvidarla y seguir su camino. Sin embargo, como en la obra… no siempre es posible y aun pasando algunos días lejos del teatro, la mente te traiciona y añora volver a aquella butaca para volver a enamorarse de lo que solo duró una hora y 35 minutos, pero que fue tan intenso como una verdadera historia de amor. 

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