lunes, 27 de abril de 2015

Pongamos que hablo de Joaquín






















“Hay rimas que se reinventan bajo los mismos sombreros y esperamos que a sus oídos les plazcan” decía una voz rota que no podía ser otra que la de Joaquín. Y es que si hablamos de Sabina, no puede ser otro sombrero que un bombín, el mismo que anoche vistió Madrid para recibir al Maestro con más 10.000 brazos abiertos esperando vivir en una misma noche, 500 noches para una crisis.


Un telón rojo teatral de terciopelo y su incondicional banda, le esperaban sobre las tablas tocando los primeros acordes de Ahora que hasta que segundos después llegó él para entonar, junto con un antiguo palacio de los deportes hasta la bandera aquello de Ahora que estoy más vivo, de lo que estoy. Y vaya si lo estaba; después del gatillazo del 14 de diciembre de 2014 en el mismo escenario, el de Úbeda aguantó nada más y nada menos que 3 horas de concierto a sus 66, “cincuenta y quince dicen que aparento”, bromeaba.

La segunda canción rozó el corazón de los más gatos y gatas. Un Yo me bajo en Atocha sonó mientras la Cibeles, la Gran Vía, o la Puerta de Alcalá dibujadas por el propio Joaquín se proyectaban a su espalda. “Con el ictus dejé de tocar la guitarra y como no sé estar con las manos quietas, aparte del noble arte de la masturbación, me dediqué a hacer estos dibujos”. “La primavera sabe que la espero en Madrid” cantaba y, ésta vez, siendo más verdad que nunca.  Después del momento más castizo de la noche, tocaba levantarse del asiento y echarse unos bailes. Fue a ritmo de la que da título a esta gira y fue Sabina el que abrió la caja de pandora con los primeros punteos de la guitarra que, sonando más lentos de lo habitual, avisaban de que el cantante disfrutaba y quería saborear los 10 segundos que separan el comienzo de la canción de esa frase que todos al unísino cantaron en el palacio: “Lo nuestro duró…”. “Antes no había whatsapp, ni emilios, ni malditos teléfonos móviles, así que nadie sabía lo que me dijo, pero ahora todo el mundo lo sabe. Dijo…” “Hola y adiós” contestaba el público y fue ahí a mitad de la canción y sin que hubiera pasado ni media hora desde el comienzo del concierto, cuando el jienense soltó la guinda que se ha convertido en titular de muchos medios.  “¡A que me da un ataque de pánico escénico!” bromeaba mientras su público le respondió con unas carcajadas y un aplauso cómplice.

Barbi superstar fue la tercera en la parrilla y Sabina cambió su verso de “los del rayo” por “los del atleti no éramos gran cosa”. Ya sin su guitarra, con su traje azul y bombín se arrancó a bailar y después de levantarle la falda a su saxofonista y desabrochar un botón de la camisa de su corista, se santiguaba y se reía con la banda cómodo como Pedro por su casa.

Hizo un parón y, de nuevo, como en el salón de casa, habló con el público de su ictos, de sus hábitos y del origen de esta gira. “Cuando me dio el marichalazo tuve que cambiar de amigos y de vida. Los viejos rockeros eran unos drogadictos y a mí me dijo el médico que tenía que abandonar esas sustancias, así que me cambié de bando y fui con los poetas, que no tomaban drogas, pero eran unos borrachos” decía entre risas. “Además, dicen que los ictus dejan secuela, pero créanme que yo me la sigo viendo igual, aunque ella diga que no” decía refiriéndose a su Jime, con la que comparte vida desde hace más de una década. “Lo peor de todo fue que me hizo jurar sobre la Pepa (la Constitución de 1812) que nunca volvería a tocar las puertas de las Magdalenas".

Y dicha la palabra mágica, Magdlena, sonó de inmediato con la música de Pablo Milanés. Un dibujo de un cuerpo desnudo de mujer, una farola en medio del escenario y una sensual Mara Barros, tentaban en el escenario al flaco, que no escondía las lágrimas mientras cantaba con el público eso de  “La más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras”. Siguió emocionado, esta vez con guitarra en mano, cantando A mis cuarenta y diez donde nombra a su Rocío y su Carmela y cuyo título corresponde con “la edad hasta la que hay que alargar la juventud”. Tema que, por cierto, dedicó a la periodista y escritora Nativel Preciado y al juez Fernando Grande Marlaska, "el único juez que tiene apellido de grupo punkie", que se encontraban en el concierto.

Y después de Donde habita el olvido el concierto siguió, como la vida y las cosas que no tienen mucho sentido. Y lo hizo con una interpretación “más inventada que traducida” de una canción “del viejo juglar de Minessota, Bob DylanIt Ain't me baby, que estrenó en el mismo escenario en el primer concierto de diciembre 2014.

De nuevo, paró y “conmovido” agradeció que “con la que está cayendo” es la tercera vez que, puede subirse al mismo escenario con el cartel de completo. Aprovechó también para homenajear a su banda que, durante todo el concierto, le arroparon desde sus posiciones. “Son mi familia, sin ellos no estaría aquí” decía el del atleti, “no son mercenarios de gira, con todos mis respetos. Ellos ríen conmigo, gozan conmigo, sufren conmigo y me empujan a componer cuando no se me ocurre nada”. Les cedió el protagonismo y mientras se quitaba la chaqueta y se cambiaba de sombrero, Jaime Asua tomaba el escenario con El caso de la rubia platino.

Volvió Joaquín a las tablas y defendió Cerrado por derribo, Qué hermosas eran (sin olvidar a la última y cuarta que vino y se quedó) y, con metrópolis de fondo y una bandurria acompañándole, siguió con De purísima y Oro y su Atleti de aviación. Parecía que la banda se marchaba, pero después de que el público coreara “Otra, otra”, la familia salió y levantó al palacio con Más de cien mentiras, Noches de boda y la ya convertida en himno Y nos dieron las diez y las once, (cuyo misterioso pueblo con mar ya se sabe fue Lanzarote).


Volvieron a irse, pero las más de 10.000 personas no estaban dispuestas a alejarse del Maestro tan pronto, así que volvieron a reclamar sus bises. Y éstos, obedientes y fieles a la afición, salieron al ruedo como Los Ramones a ritmo de los acordes más rockeros. Sonó Conductores suicidas, Callejón sin salida, entonada por Pancho Varona y una increíble Mara Barros que cerró bocas y conquistó los oídos y corazones de los allí presentes cantando con un gusto soberbio La canción de las noches perdidas. Y aprovechando que estaba ante los focos, Sabina se acercó para interpretar con su corista y amiga Y sin embargo. Ya era demasiado tarde y Princesa no podía faltar en esta cita madrileña, y a pesar del nada de adiós muchacho de Tan joven y tan viejo, Joaquinito se fue yendo like a Rolling Stone, no sin antes regalar a su gente Un amor civilizado y el penúltimo toro de la noche; Pastillas para no soñar

Ojalá lo de “vivir cien años” no se quede solo en un verso de ésta última canción y sea una realidad escucharle durante muchos años más. Por ahora, según aseguró el rojiblanco, toca esperar por lo menos 2 años hasta volver a vernos, “si seguimos vivos”. Ahora sí, el maestro y su familia se fueron cantando La canción de los buenos borrachos y dejaron a Madrid sonriendo, luciendo su bombín y contando los días para volver a ver a su hijo adoptivo, esperando que, como un fugitivo, vuelva a sus calles, donde se cruzan los caminos y las estrellas se olvidan de salir.


2 comentarios:

  1. Preciosa crónica sobre la última noche de Madrid.

    "Esta gira" no lleva acento, pero Ella (la Jime) se escribe con acento en la i por el hiato.

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  2. Mil gracias Lu, ya están lso cambios hechos ;)
    Que te feliciten y además te ayuden a que el artículo esté perfecto, da gusto.
    muchas gracias!!
    Un saludo
    Nos leemos ;)

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