jueves, 21 de enero de 2016

El arte urbano conquista la galería Kreisler



A pesar de ser la galería más antigua de Madrid, Kreisler está de moda. Y es que, a sus 50 años ha acogido entre sus impolutas paredes mucho arte urbano.

“No me lo había planteado nunca, hasta que ‘la pequeña’ me habló de estos artistas y me presentó algunas de sus obras. Y me conquistaron. Es una exposición que me ha rejuvenecido 10 años. ¡No ha parado de entrar gente joven a la galería!”,  exclamaba Juan Kreisler.  



Y es que, numerosos artistas han pasado por Hermosilla 8, pero nunca antes 12 como estos; con multas, sprays y mucha calle en la mochila.

Como buen anfitrión, Juan recibía a los visitantes con la ‘hoja de ruta’ de la exposición y se mostraba atento y dispuesto a explicar cualquier duda. Tanto que, parado frente a una de las obras de Rosh, se aventuró a comentar con un visitante lo siguiente: “Este artista es un chico joven que hace cosas muy bonitas, es de Madrid, creo”. A lo que el visitante respondía, “Sí, soy yo”. 

Efectivamente, era Rosh 333 y se encontraba visitando la galería con unos amigos. Negro sobre negro, blanco sobre blanco y cocaína eran sus obras, fáciles de identificar por sus líneas hipnóticas, sus texturas en 3D y sus colores pastel.

Al lado, compartiendo pared, estaba Kino Acosta, con una Alexander Platz sobreexpuesta (‘quemada’ que dirían otros) con fondo blanco, silueta del ‘pirulí’ alemán y un tren rojo que ejerce de faldón de la fotografía.

Cerca, pero sin compartir pared, cuelgan los inconfundibles colores de Okuda. Una obra de gran formato, dos de medio y 8 pequeños cuadros con precios ‘asequibles’ (250 €) para los nuevos coleccionistas, de los cuales, por cierto, dos, ya lucían la pegatina roja el día que pisé la galería.

“Este chico es el que ha hecho la iglesia esa de colores” decía Juan. 'La iglesia esa' es Kaos Temple, un antiguo templo abandonado situado en Llanera (Asturias) que el artista quiso convertir en un lugar de peregrinaje para los amantes del skate. Ahora es un Skatepark y ha sido posible gracias al crowdfunding, es decir, la inversión voluntaria de cientos de anónimos a través de la página Verkami.  

Pantone, de Buenos Aires pero afincado en Valencia, prefirió el suelo y una de sus obras (Dynamic Bolt) reptaba sus tonos neón por la tarima negra de la galería.

El madrileño Suso33 colgó en forma de díptico su ‘lado más oscuro’.  Dos cuadros de 100x200cm cada uno en los que se podían adivinar, bajo una gruesa capa de negros y grises, varios entes deambulando por el lienzo.

“Este me gusta. No sé, tiene fuerza”.  ¿Está vendido? Le pregunté por mera curiosidad y sin el más mínimo interés de comprarla (básicamente porque mi sueldo no da ni para comprar las escarpias que sujetan el cuadro). “Hay un interesado, pero solo quiere uno de los cuadros que forman el díptico. Estamos dialogando, pero ni el artista ni yo queremos venderlo por separado. Percepción (como se llama la obra) son dos piezas, no una”, me explicaba.

Y mientras, las calles de Álvaro Torres seguían empapeladas, los neones de spok brillaban en la oscuridad, los monstruitos de Nano 4814 seguían teniendo la nariz grande, la ironía en blanco y negro de Daniel Muñoz gritaba en silencio, las flores de Nuria Mora no estaban y Nicolás Villamizar invocaba con su collage al mismísimo Basquiat.

Y al fondo, en una esquina, apoyado en el rodapié, descansaba sigiloso el payaso de McDonald sobre una torre de cajas de zapatillas Nike. "¿Y ese? ¿Qué hace ahí?", pregunté. “Estamos negociando con las marcas” decía Kreisler. Capitalismo y grandes marcas, dos genes constantes en el ADN de la crítica grafitera más pura. Y aun así, ambos imperios la querían. Eso sí, McDonald exigía eliminar el símbolo de Nike y viceversa. Sin embargo, el galerista y el artista, Manuel Cruz, se negaron. La obra es la obra. O la quieres, o la dejas, como las lentejas. Y si la quieres ‘a tu gusto’, hazla tú, como en el Telepizza. 





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