sábado, 20 de septiembre de 2014

Una forma diferente de ver París...


Foto. Patricia Muñoz
Ella, la ciudad de la luz, del amor, de la moda, de la gastronomía... Una de las más visitadas del mundo y durante un tiempo, la cuna de artistas, de genios y de locos que apostaban por algo nuevo, algo revolucionario. Ella, la que un día fue casa de bohemios que buscando alas musas, la inspiración o el amor efímero de una cortesana del Moulin Rouge, encontraron algo más que un lugar donde vivir, un hogar con alma que les acogería hasta el final de sus días.

Todo aquel que la ha conocido, dice que es una de esas ciudades que enamoran, que te agarran y te susurran al oído cosas tan bonitas, que después no quieres irte nunca lejos de ella. Esconde en cada calle algo que pocos pueden explicar que hace que tenga un encanto constante.

París no es solo Torre Eiffel, campos Elíseos o Arco de triunfo. París va más allá. París nació de la mano del arte y por ello, ahora, es una parte más de su esqueleto. No hace falta esperar esas colas interminables que se forman en la puerta del Louvre, caminar por sus calles es una alternativa perfecta para disfrutar de ese “otro arte”, el que está vivo, el efímero, el que late, crece y muere con la lluvia o el viento. París respira arte y brinda la oportunidad a visitantes de respirar con ella las sorpresas que se esconden en su piel.

Foto. Patricia Muñoz
Una de ellas es Rivoli59, un templo del arte que se alza como una isla en medio de un océano de capitalismo, cifras de infarto y lujo. Un edificio de una antigua sucursal de un banco abandonado, que fue tomado, el uno de noviembre de 1999, por KGB, tres artistas llamados Kalex, Gaspard y Bruno. 

Por casualidades de la vida o caprichos del azar, estos tres artistas dieron vida en el día de los muertos a un edificio de cinco plantas.

Allí y desde ese preciso momento, artistas de todo el mundo crean y exponen sus obras ante todo aquel viandante que quiera sumergirse en esta atmósfera artística, ya sea por amor al arte o por mera curiosidad.


No es raro caminar por las calles parisisnas u otras capitales mundiales y encontrarse rostros pegados en la pared. El artífice de esto es Gregos, un artista nacido en los suburbios de París que después de haber viajado por Grecia, Atenas, Boston, Massachusetts o EE.UU, regresa en 2003 a París donde se encontrará con su verdadero amor; el arte urbano.

Gregos vive en Montmatre, el barrio de los artistas y es allí donde comienza a crear y desarrollar sus proyectos. Decidió centrarse en un arte en 3D y aplicar todas las técnicas que había aprendido de forma autodidacta a lo largo de los años. El resultado; réplicas de su rostro en escayola con diferentes expresiones y estilos. Una especie de autorretratos que muestran distintos estados de ánimo. Y es que ya son  más de 500 las caras que cuelgan de las paredes de más de 25 ciudades, desde Mónaco, hasta Sao Paulo, pasando por Worclaw (Polonia) o Tokio.

Otro de los que han encontrado en París su lienzo perfecto, es Charles Leval, más conocido como Levalet, es un artista urbano francés que no solo utiliza la calle como lienzo, sino que cuenta con ella como fiel compañera. No le vale con que la pared sea el lugar donde expone su obra, sino que quiere que esa pared sea parte de la obra.


Este artista pasea por las calles de la ciudad, buscando espacios, paredes vacías, grietas y texturas. Después corre hacia su taller, su casa, y crea sus característicos personajes en blanco y negro que después aparecerán en los muros como nuevos habitantes de la ciudad. Estas figuras van más allá de ser meros dibujos en las paredes. Son personajes que interactúan con el espacio, hechos a medida y que encajan con ese lugar concreto donde han sido dispuestos.

Además, Leval en ocasiones da un paso más y añade a su obra objetos reales como un paraguas o un libro que dotan a estos nuevos habitantes de más realismo y vida.

Pero en el arte urbano no todo es pared. A veces, el lienzo puede estar en cualquier lugar. Como decía Oscar Wilde, Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista. Por eso, como buen artista, Thomas Lamadieu, alias “Roots”, ha visto el cielo como algo más y olvidándose de muros, lo ha tomado como lienzo.

Una mezcla de fotografía, ilustración y arte callejero dan como resultado auténticas obras de arte que dejan boquiabierto a cualquiera que se tope con una de sus maravillas. Es uno de esos casos donde una imagen vale más que mil palabras.

Y es que París esconde mucho más de lo que podamos imaginar. Detrás de esa apariencia ilustre, elegante y fina, se vislumbra un ansia de arte, de nuevos movimientos, de gente, de historias y modernidad. Toca adoptar otra mirada y descubrir qué se oculta detrás de esa ciudad donde ahora y siempre la vie est rose.

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