domingo, 3 de febrero de 2013

LA PESADILLA DE UNA POBLACIÓN.

Un 11 de diciembre, de hace casi dos años, un terremoto sacudía la costa nordeste de Japón. Alcanzó los 9 grados de magnitud y trajo consigo  un maremoto con olas de más de 40 metros de altura.


Los daños alcanzaron la central nuclear de Fukushima. Debido al seísmo, algunos de sus reactores se vieron afectados, otros estaban apagados por una revisión periódica. Todo parecía estar más o menos controlado, pero lo peor estaba por llegar.

Un tsunami llegó a la central e inundó todas las zonas afectadas por el seísmo. Los fallos técnicos, las roturas y los problemas se fueron sucediendo y formaron un efecto dominó imposible de controlar y frenar.
.
El miedo a filtraciones de radiación llevó a las autoridades a evacuar  a 45.000 personas a un radio de veinte kilómetros alrededor de la planta. Días después el gobierno aumentó el radio a treinta y posteriormente a cuarenta, alcanzando una cifra de 170.000 evacuados.

Cada vez la situación era más extrema, tanto que la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial (NISA) elevó el nivel de gravedad del incidente a 7, el máximo en la escala INES y el mismo nivel que alcanzó el accidente de Chernobyl de 1986.

Edificios y comercios cerrados. Gente desesperada intentando salir del país; aeropuertos y estaciones abarrotadas. Gobiernos que recomiendan no salir de casa, no beber agua del grifo, no tener sistemas de ventilación activados, nada de ventanas abiertas y sobre todo, evitar consumir productos locales.

A partir del accidente, se detectaron niveles de radiactividad más altos de lo normal en países como California,  Finlandia o Tokio. España fue uno de los países afectados. Según el consejo de seguridad nuclear, existía un aumento de Yodo y Cesio en el aire proveniente del accidente de Fukushima. Aun así, el Consejo de Seguridad Nuclear afirmó que con esos niveles no había peligro alguno para la salud.

Organismos como la OMS o el FMI respaldaron medidas que ayudaron a garantizar la estabilidad y controlar las zonas afectadas.


En definitiva, el accidente se convirtió en una pesadilla para una población que vivió unas horas, unos días y unos meses de terror y que aun hoy, dos años después, sigue sufriendo las consecuencias de este accidente nuclear. Unas consecuencias de un accidente que según muchos, se podría haber evitado.

LA OTRA CARA DEL ACCIDENTE

Tessa-Morris Suzuki, profesora de historia japonesa en la Facultad de Asia y el Pacífico en la Universidad Nacional Australiana y miembro del Consejo Internacional de Políticas de Derechos Humanos, dijo lo siguiente:
“Los desastres sirven para sacar a la luz numerosas carencias de las instituciones sociales, económicas y políticas”

¿Y quién es capaz de leer esto y no acordarse del lo sucedido en el Madrid Arena?

Ambos, Fukushima y Madrid Arena, son casos y accidentes, que podrían haber sido de otra manera si no hubiera  estado de por medio el poderoso caballero, Don dinero. Casos en los que prima el interés empresarial y económico sobre la seguridad de las personas y donde la rentabilidad y la rapidez en su construcción es lo primero.

El Madrid Arena fue construido a toda prisa en 2001 para poder ser usado ese mismo año en el Masters series. Parece ser que esa prisa les permitía construir por encima de las normas de seguridad y por ello el proyecto concluyó con menos salidas de emergencia de las necesarias, entradas para bomberos extremadamente pequeñas, techos demasiado altos y poco eficientes en caso de incendio, cámaras que no graban y pasillos estrechos que se convierten en corredores de la muerte.

Pero a las autoridades eso no les importaba, primaba construirlo a la de YA, y conseguir ingresos. Al igual que en la macrofiesta de halloween de 2012, en la que murieron cinco jóvenes por no haber unas instalaciones acorde con la ley.

Y todo por el poderoso caballero. El objetivo; cuantas más entradas vendidas mejor. Da igual el aforo. Si vendemos 1000 más, a más tocamos. El resultado; cinco jóvenes muertas.


En Fukushima fue algo parecido. Una central nuclear, construida en 1967 por la compañía estadounidense General Electric en una región donde se suceden los seísmos y donde se sabe que se pueden dar lugar tsunamis.

A pesar de ello, la central solo contaba con un muro de contención de 6 metros, sabiendo que en la región se habían dado ya tsunamis de 38 metros de altura. Por ello, el tsunami del 11 de Marzo, entró en la central inundando todo lo que encontraba a su paso provocando numerosos problemas en la central.

Objetivo: Terminar  la central cuanto antes. Producir lo máximo posible, con un coste mínimo y unas instalaciones “cogidas con pinzas”. Resultado: 23 heridos, 20 afectados, 2 muertos y 166.000 millones de euros en daños. 


Y como siempre, después de la tragedia, toca arrepentirse y excusarse. Y eso se nos da muy bien. En España y en cualquier lado. Y más si hay vidas de por medio. Por ello, a posteriori toca revisar y decir que a partir de ahora todo va a estar en regla. En Madrid Ana Botella se encargó de cerrar el palacio municipal de congresos y el pabellón de  cristal de la casa de campo por no cumplir con todas las pautas de seguridad.

En Alemania después de la tragedia de Fukushima, la canciller Angela Merkel revisó la situación de todas sus centrales y anunció el cierre preventivo de 17, todas aquellas construidas antes de 1980.

Al parecer, tiene que ocurrir algo como lo de Madrid Arena o La central de Fukushima para que se revisen y se cumplan las normas de seguridad y para demostrar que el dinero a veces puede incluso matar.

Como decía la profesora japonesa, Tessa-Morris, “Los desastres sirven para sacar a la luz numerosas carencias de las instituciones sociales, económicas y políticas” y éstas dos veces, ha sido así y han costado la vida y la tranquilidad de una población entera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario