En una mano el bastón; en la otra el spray.
Así se acercan ‘Lata 65’ a los muros. Despacio, con
cautela y luciendo una mascarilla blanca en la boca, como auténticos grafiteros
de barrio. Muchos rondan los 80 años, pero cada paso que dan hacia la pared, es
un año que se quitan de la espalda. Rejuvenecen ellos y rejuvenecen la pared
con sus colores. Un toma y daca.
Son de Lisboa, una de las ciudades más prolíficas en
cuanto al street art europeo, y desde esta primavera ya son un colectivo más de
arte urbano en tierras portuguesas. Se hacen llamar Lata 65, por la edad de
jubilación en el país luso -cuando se creó el colectivo, ahora ya es más avanzada- y
porque allí, lata, no sólo hace referencia a los botes de pintura, sino también
a los 'desvergonzados'. Y es que, estos abuelos rebeldes -sin verguenzas- quieren demostrar que la
edad es sólo un número y que si ahora los hipsters hacen ganchillo y juegan al dominó,
porqué no empezar ellos en el street art, un mundo que, hasta hace no mucho, estaba
protagonizado por muchachos de no más de 40.

La arquitecta Lara Seixo Rodrigues es quien
está detrás
de este colectivo y con él quiere animar a los más mayores a seguir activos y
encontrar puntos de unión con otras generaciones. Lara, promotora del Woolfest (Festival de Arte Urbano de
Covilhã) organiza estos talleres. Duran dos días y la formación consta de dos
partes: una teórica donde los sénior estudian ciertos conocimientos del arte
urbano, crean su tag y preparan sus dibujos, y una parte práctica donde toca
pringarse las manos en el escenario más grande del mundo: la calle.
Maria Luisa Blanca, una de las participantes de Lata
65, es profesora en el Centro de
Artes Decorativas y ya está acostumbrada a las tintas, pero confiesa que nunca
se había enfrentado a un muro con un spray en la mano. “Ahora voy a pintar con
mis alumnos todos los muros de mis clases”, dice entusiasmada. Mientras,
Hortense Pacheco no puede esconder una sonrisilla cuando le preguntan si es la
primera vez que pinta una pared. “Ya he pintado en las calles, pero no puedo
decir cómo, es un secreto”, asegura riendo. “Sea como sea, es importante para
fomentar la creatividad, la imaginación y para querer seguir adelante y no
parar jamás”, concluye otra de las abuelas del colectivo.
Los profesores del taller aseguran que no hay alumnos
mejores que ellos. “Tienen curiosidad, escuchan sin pestañear y aprenden muy rápido.
¡Parecen niños!”
Y es que, a veces, los niños se esconden bajo el pelo
blanco, las arrugas, los bastones y las gafas de culo de vaso. Ahora ellos,
como sus barrios, han rejuvenecido y ven la vida, como visten ahora sus calles;
de otro color.
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