lunes, 30 de marzo de 2015

El Público; un trozo de sandía en un plato de lentejas


Es como meter un trozo de sandía en un plato de lentejas; una mezcla, cuanto menos rara. Así ha sido el resultado de meter el Público en un teatro como el Teatro Real de Madrid. Por separado, deliciosos, pero juntos, no terminan de hacer buenas migas.

Ha sido, quizá, esa mezcla extraña la que ha hecho que se creen dos bandos antagónicos alrededor de la obra más surrealista de Lorca. Por un lado, los amantes del resultado final de esta atrevida decisión de llevar a la ópera un texto tan complicado con una escenografía tan arriesgada, y por otro, los que esperaban ver lo habitual sobre el escenario del Real.



Todo parecía normal cuando me disponía a entrar en el universo de aquel majestuoso edificio hexagonal que, desde hace dos siglos, vigila la plaza de oriente. A medida que el sol se escondía por los demás edificios vecinos, la gente iba llegando a la puerta del teatro. Mujeres con pieles, hombres con zapatos con complejo de espejos, algún sombrero todavía y maquillaje y perfume por doquier. Podría tratarse de una postal del Madrid de los Austrias, sin embargo, esta vez también esperaban en la puerta unos vaqueros, algún par de Nikes, camisas con el ultimo botón desabrochado y pelos sueltos sin recogidos ni gomina de por medio. Puede que fuera porque se trataba de un estreno mundial o puede que la opera se esté acercando a la gente joven, pero fuera como fuese, la edad media que se disponía a poblar el patio de butacas, había rejuvenecido.

Dentro, la expectación se podía palpar. Toses, comentarios al oído, móviles que fotografían el telón todavía bajado y un barullo general que prometía un público crítico con ganas de ver qué iba a ocurrir en ese escenario donde se han representado obras de la talla de La Traviata, Rigoletto o Fausto.

Caballos flamencos con tacones y pelucas al más puro estilo lady gaga, cantaores acompañados de una magistral percusión, un gong que hace saltar a todo el teatro de sus asientos y espejos que reflejan a un cristo crucificado y que desaparecen convirtiéndose en un impresionante coro. ¿El resultado de tal mezcolanza? Una mitad del público que huye indignada en el primer acto y una mitad que queda prendada de aquella extraña e insólita forma de tratar a Lorca y a su Público sobre las tablas del Real.

Con satisfechos y sin ellos, el Público fue un protagonista más de la capital durante 18 días en los que, cada tarde, se escuchaba aquello de:

-         Señor
-         ¿Qué?
-         El público
-         Que pase.

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