martes, 26 de noviembre de 2013

Auschwitz-Birkenau, la industria de la muerte.

The one who does not remember history is bound to live through it again.
Poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana

A priori, 1 millón puede ser un número más, una cifra alta o una cantidad grande. Sin embargo, cuando detrás de cada unidad, hay una persona, una familia o una historia, esa cifra termina convirtiéndose en algo más que un número.

1.600.000 fueron las personas asesinadas  en los campos de concentración y exterminio Nazi de Auschwitz-Birkenau.  Un millón de judíos,  75.000 polacos, 18.000 gitanos, y 15.000 prisioneros de guerra.

No quiero, ni pienso entrar en temas políticos, religiosos o ideológicos.  Quiero hablar de personas, de mujeres y hombres y de lo que el ser humano puede llegar a hacer.

Me da igual las razones o las excusas que los alemanes tuvieron para hacer tal barbarie. Me da igual sus objetivos o sus metas. Mataron a casi 2 millones de personas y destruyeron 2 millones de vidas. Y eso, es lo único que se me pasa por la cabeza cada vez que piso Auschwitz-Birkenau.


Ya el cartel de la entrada produce escalofríos. Arbeit macht frei  “El trabajo os hará libres”


No era suficiente con exterminarles, sino que durante la corta estancia de los presos en el Auschwitz, la ironía, la mofa y la burla estaban aseguradas. El cartel que recibía a los miles de presos cada día les prometía  que si trabajaban, saldrían vivos de allí, cosa que nunca ocurrió.

Sin embargo, el cartel dice mucho más de lo que podemos leer. Si nos fijamos, la letra B se encuentra dada la vuelta. Es una B al revés. El hombre que realizó la verja, un preso del campo,  sabía lo que allí dentro sucedía. Sabía que nadie saldría de allí vivo y quiso, a su manera, avisar a quienes entraban de que su mensaje no era del todo cierto, que escondía algo y que no se fiaran de nada de lo que allí dentro pasase.


Un pequeño detalle que pocos, por no decir nadie, advirtió. Podría ser un error, un fallo del escultor… cualquier cosa, menos una advertencia. Además, después de varios días en un vagón, sin agua, sin comida y hacinados como animales para ser transportados a Auschwitz, pocos llegaban con las fuerzas suficientes como para alzar la mirada y leer el cartel que les daba la bienvenida.


Pasada la entrada, ya en el interior de la alambrada, se encuentra el lugar donde la orquesta de Auschwitz recibía a los presos. De nuevo, la ironía y la mofa salían a escena. Las orquestas, una femenina y otra masculina, estaba formada por presos y su obligación era recibir a sus compañeros de campo con alegres canciones estratégicamente escogidas por los alemanes. Después, los aptos para el trabajo, iban a los barracones y los otros, los enfermos, las mujeres y los niños, directos a las cámaras de gas. Estos últimos eran acompañados por la orquesta para que no se pararan, no sospecharan y caminaran sin resistencia hacia su propia muerte. 

Para las SS, la música y el canto era una forma más de humillación hacia los presos, por eso, ordenaban tocar en los momentos más trágicos; durante los fusilamientos, los castigos, las torturas, durante el camino hacia las cámaras de gas… de este modo, cada vez que los presos oían la música, podían intuir qué iba a ocurrir. Una forma más de sembrar el terror entre los reclusos.

Pertenecer a la orquesta era un lujo, un regalo. Significaba tener, al menos, más posibilidades de salir de allí con vida. Y aun no siendo así, por lo menos, su estancia en el campo era algo menos inhumano. Los hombres y las mujeres pertenecientes a la orquesta disponían de un barracón propio, con calefacción y suelo de madera para ellos y sus instrumentos. Un lujo, un paraíso, algo impensable  para cualquier preso del holocausto. Por ello, muchos deseaban pertenecer a la orquesta, pero por supuesto, solo los mejores y los elegidos por los alemanes llegaban a formar parte de ella. Uno de los directores de la orquesta masculina fue Adam Kopycinski, compositor y director polaco quien con el tiempo terminaría convirtiéndose en el director de la Filarmónica de Varsovia. 

“Todos nos miramos desde nuestras camas porque todos sentimos que esta música es infernal. Son pocas melodías, una docena, las mismas cada día, cada mañana y cada tarde: marchas y canciones populares, que les gusta a todos los alemanes, se encuentran grabadas en nuestras mentes y será lo último en el campo que vamos olvidar. Son la voz del campo, la expresión perceptible de su locura geométrica, de la resolución de otros por aniquilarnos primero como hombres para luego matarnos más lentamente. Cuando esta música suena, sabemos que nuestros compañeros, afuera en la niebla, están marchando como autómatas; sus almas están muertas y la música los conduce, como el viento impulsa a las hojas secas y ocupa el lugar de sus voluntades... [...]

Estas son palabras de Primo Levi, un escritor italiano, de origen judío y uno de los pocos supervivientes al Holocausto. Vivió diez meses dentro del campo de concentración de Monowice, un campo subalterno de Auschwitz. Después de la pesadilla, Levi escribió sus vivencias dentro del campo y dio testimonio de todo lo que allí ocurría. Su libro, Si esto es un hombre, está considerado  como una de las obras más importantes del siglo XX.  


Dejando la música a un lado, nos encontramos con los barracones. Con forma de establo y construidos con madera o con ladrillo, estos barracones albergaban aproximadamente a unos 1000 presos. Dormían en literas de tres niveles, separadas por ladrillos y donde los colchones eran unos tablones de madera superpuestos. Y allí, donde tendrían que dormir 3 (una persona por cada nivel) dormían 20. Seis personas en cada nivel de la litera, en un espacio de 1m2. Y eso cuando no había muchos presos. Si llegaban muchos deportados, la cifra aumentaba y en cada litera “dormían” 45 presos.



No quiero detenerme mucho en las cifras. Simplemente intento imaginar como 45 personas dormían en una misma litera, bajo techos inestables llenos de goteras, en un barracón sin suelo, con 17 ventanas de las cuales solo se podían abrir 2 y con el cielo gélido de Polonia ahí fuera, amenazando con -30 grados en invierno.

Sin embargo, dentro del infierno, había un barracón que era sin duda el más temido. Era el del bloque 10, el Barracón Médico. En él, trabajaba Josef Mengele, o más conocido como “el ángel de la muerte”. Mengele experimentó sin cesar con mujeres y niños. Por un lado, quería conseguir la esterilización de las mujeres judías, para así extinguir la especie, y por otro lado, multiplicar la raza alemana experimentando con mujeres para ser propensas a tener gemelos.

Cientos de experimentos científicos fueron probados en las pieles de esas mujeres y niños. Daba igual lo peligrosos, arriesgados o sádicos que fueran esos experimentos. En Auschwitz nadie era considerado persona. Eran números, individuos sin vida, judíos que estaban condenados a la muerte por el simple hecho de haber nacido judíos o tener ascendencia judía.

Alexander Vera, un prisionero judío, describía así uno de los experimentos más aterradores que Mengele realizó:

“Un día Mengele trajo chocolate y ropa limpia a unos niños. Al día siguiente, un hombre de la SS, siguiendo instrucciones de Mengele, se llevó a dos hijos de la familia, Guido y Nino, de unos 4 y 2 años. Tres días después, el hombre de la SS los trajo de vuelta en un estado espantoso. Habían sido cosidos juntos como hermanos siameses. El niño estaba cosido a su hermano por la espalda y las muñecas. Mengele había cosido sus venas juntos. Las heridas estaban muy sucias y había un fuerte olor a gangrena. Los niños gritaron toda la noche. De alguna manera su madre se las arregló para hacerse con morfina y poner fin a su sufrimiento”.

Son cientos los ejemplos que existen de condiciones infrahumanas y barbaries que el imperio Nazi cometió en Auschwitz. A cada paso que damos, cuando caminamos por Auschwitz o Birkenau, la crueldad aumenta y es casi inexplicable e incomprensible imaginarse lo que allí, entre esas vías de tren ocurrió.






Las cámaras de gas siguen allí, algunas destruidas y es horrible pensar que entre esas paredes murieron ahogados miles y miles de personas, sin voz ni voto, mujeres, ancianos, niños y niñas.

Todos sabemos qué pasó en Auschwitz, todos sabemos las condiciones en las que vivían, si llegaban a vivir, claro, y todos podemos imaginar, aunque ni una milésima parte, el sufrimiento y el horror que los presos del holocausto vivieron entre esas alambradas de 4 metros de alto y electrificadas. El imperio Nazi construyó Auschwitz y los demás campos de concentración y exterminio y creó con ellos la gran industria de la muerte. Todo lo que podía aprovecharse de un ser humano, lo aprovecharon. Todo lo que se podía hacer con un ser humano, lo hicieron. Todo, y nada bueno.

Ninguna entrada de blog, ni muchas palabras juntas van a poder describir todo lo que se ve y todo lo que siente en Auschwitz. Por eso, prefiero dejar algunas fotos y recomendar a todo el que tenga la oportunidad a ir a ver esta parte de la historia de la humanidad con sus propios ojos, pisando el suelo que muchos pisaron descalzos años atrás y viendo lo que la raza humana es capaz de hacer cuando el poder y la soberbia se apoderan de ella.



So, remember: The one who does not remember history is bound to live through it again

Aquel que no recuerda la historia, está condenado a repetirla. Por lo que es importante no olvidar los errores cometidos, para no volverlos a repetir. 

 









 























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