The one who does not remember
history is bound to live through it again.
Poeta y
filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana
A priori, 1 millón puede ser un número
más, una cifra alta o una cantidad grande. Sin embargo, cuando detrás de cada
unidad, hay una persona, una familia o una historia, esa cifra termina
convirtiéndose en algo más que un número.
1.600.000 fueron las personas
asesinadas en los campos
de concentración y exterminio Nazi de Auschwitz-Birkenau. Un millón
de judíos, 75.000 polacos, 18.000 gitanos, y 15.000 prisioneros de guerra.
No quiero, ni pienso entrar en temas
políticos, religiosos o ideológicos. Quiero hablar de personas, de
mujeres y hombres y de lo que el ser humano puede llegar a hacer.
Me da igual las razones o las excusas que
los alemanes tuvieron para hacer tal barbarie. Me da igual sus objetivos o sus
metas. Mataron a casi 2 millones de personas y destruyeron 2 millones de vidas.
Y eso, es lo único que se me pasa por la cabeza cada vez que piso Auschwitz-Birkenau.
Ya el cartel de la entrada produce
escalofríos. Arbeit macht frei “El trabajo os hará libres”
No era suficiente con exterminarles, sino
que durante la corta estancia de los presos en el Auschwitz, la ironía, la mofa y la burla estaban aseguradas. El cartel que
recibía a los miles de presos cada día les prometía que si trabajaban, saldrían
vivos de allí, cosa que nunca ocurrió.
Sin embargo, el cartel dice mucho más de lo que
podemos leer. Si nos fijamos, la letra B se encuentra dada la vuelta. Es
una B al revés. El hombre que realizó la verja, un preso del campo, sabía
lo que allí dentro sucedía. Sabía que nadie saldría de allí vivo y quiso, a su
manera, avisar a quienes entraban de que su mensaje no era del todo cierto, que
escondía algo y que no se fiaran de nada de lo que allí dentro pasase.
Un pequeño detalle que pocos, por no decir
nadie, advirtió. Podría
ser un error, un fallo del escultor… cualquier cosa, menos una advertencia.
Además, después de varios días en un vagón, sin agua, sin comida y hacinados
como animales para ser transportados a Auschwitz, pocos llegaban con las
fuerzas suficientes como para alzar la mirada y leer el cartel que les daba la
bienvenida.
Pasada la entrada, ya en el interior de la
alambrada, se encuentra el lugar donde la
orquesta de Auschwitz recibía
a los presos. De nuevo, la ironía y la mofa salían a escena. Las orquestas, una
femenina y otra masculina, estaba formada por presos y su obligación era
recibir a sus compañeros de campo con alegres canciones
estratégicamente escogidas por los alemanes. Después, los aptos para el
trabajo, iban a los barracones y los otros, los enfermos, las mujeres y los
niños, directos a las cámaras de gas. Estos últimos eran acompañados por la
orquesta para que no se pararan, no sospecharan y caminaran sin resistencia
hacia su propia muerte.
Para las SS, la música y el canto era una forma más de humillación hacia los presos, por eso, ordenaban
tocar en los momentos más trágicos; durante los fusilamientos, los castigos,
las torturas, durante el camino hacia las cámaras de gas… de este modo, cada
vez que los presos oían la música, podían intuir qué iba a ocurrir. Una forma más
de sembrar el terror entre los reclusos.
Pertenecer a la orquesta era un lujo, un
regalo. Significaba tener, al menos, más
posibilidades de salir de allí con vida. Y
aun no siendo así, por lo menos, su estancia en el campo era algo menos
inhumano. Los hombres y las mujeres pertenecientes a la orquesta disponían de
un barracón propio, con calefacción y suelo de madera para ellos y sus
instrumentos. Un lujo, un paraíso, algo impensable para cualquier preso
del holocausto. Por ello, muchos deseaban pertenecer a la orquesta, pero por
supuesto, solo los mejores y los elegidos por los alemanes llegaban a formar
parte de ella. Uno de los directores de la orquesta masculina fue Adam Kopycinski, compositor y
director polaco quien con el tiempo terminaría convirtiéndose en el director de la Filarmónica de
Varsovia.
“Todos nos miramos desde nuestras camas
porque todos sentimos que esta música es infernal. Son pocas melodías, una
docena, las mismas cada día, cada mañana y cada tarde: marchas y canciones
populares, que les gusta a todos los alemanes, se encuentran grabadas en
nuestras mentes y será lo último en el campo que vamos olvidar. Son la voz del
campo, la expresión perceptible de su locura geométrica, de la resolución de
otros por aniquilarnos primero como hombres para luego matarnos más lentamente.
Cuando esta música suena, sabemos que nuestros compañeros, afuera en la niebla,
están marchando como autómatas; sus almas están muertas y la música los
conduce, como el viento impulsa a las hojas secas y ocupa el lugar de sus
voluntades... [...]
Estas son palabras de Primo Levi, un escritor italiano,
de origen judío y uno de los pocos supervivientes
al Holocausto. Vivió diez
meses dentro del campo de concentración de Monowice,
un campo subalterno de Auschwitz. Después de la pesadilla, Levi escribió sus
vivencias dentro del campo y dio testimonio de todo lo que allí ocurría. Su
libro, Si esto es un hombre,
está considerado como una de las obras
más importantes del siglo XX.
Dejando la música a un lado, nos
encontramos con los barracones.
Con forma de establo y construidos con madera o con ladrillo, estos barracones
albergaban aproximadamente a unos 1000 presos. Dormían en literas de tres
niveles, separadas por ladrillos y donde los colchones eran unos tablones de
madera superpuestos. Y allí, donde
tendrían que dormir 3 (una persona
por cada nivel) dormían 20.
Seis personas en cada nivel de la litera, en un espacio de 1m2. Y eso cuando no
había muchos presos. Si llegaban muchos deportados, la cifra aumentaba y en
cada litera “dormían” 45 presos.
No quiero detenerme mucho en las cifras.
Simplemente intento imaginar como 45 personas dormían en una misma litera, bajo
techos inestables llenos de goteras, en un barracón sin suelo, con 17 ventanas
de las cuales solo se podían abrir 2 y con el cielo
gélido de Polonia ahí fuera,
amenazando con -30 grados en invierno.
Sin embargo, dentro del infierno, había un
barracón que era sin duda el más temido. Era el del bloque 10, el Barracón Médico. En él,
trabajaba Josef Mengele, o más conocido como “el ángel de la muerte”.
Mengele experimentó sin cesar con mujeres y niños. Por un lado, quería
conseguir la esterilización de
las mujeres judías, para así extinguir la especie, y por otro lado,
multiplicar la raza alemana experimentando con mujeres para ser propensas a
tener gemelos.
Cientos de experimentos científicos fueron
probados en las pieles de esas mujeres y niños. Daba igual lo peligrosos,
arriesgados o sádicos que fueran esos experimentos. En Auschwitz nadie era
considerado persona. Eran números,
individuos sin vida, judíos que estaban condenados a la muerte por el
simple hecho de haber nacido judíos o tener ascendencia judía.
Alexander Vera, un prisionero judío,
describía así uno de los experimentos más aterradores que Mengele realizó:
“Un día Mengele trajo chocolate y ropa
limpia a unos niños. Al día siguiente, un hombre de la SS, siguiendo
instrucciones de Mengele, se llevó a dos hijos de la familia, Guido y Nino, de
unos 4 y 2 años. Tres días después, el hombre de la SS los trajo de vuelta en
un estado espantoso. Habían sido cosidos juntos como hermanos siameses. El niño
estaba cosido a su hermano por la espalda y las muñecas. Mengele había cosido
sus venas juntos. Las heridas estaban muy sucias y había un fuerte olor a
gangrena. Los niños gritaron toda la noche. De alguna manera su madre se
las arregló para hacerse con morfina y poner fin a su sufrimiento”.
Son cientos los ejemplos que existen de
condiciones infrahumanas y barbaries que el imperio Nazi cometió en Auschwitz. A cada paso que damos,
cuando caminamos por Auschwitz o Birkenau, la crueldad aumenta y es casi
inexplicable e incomprensible imaginarse lo que allí, entre esas vías de tren
ocurrió.
Las cámaras de gas siguen allí, algunas
destruidas y es horrible pensar que entre esas paredes murieron ahogados miles
y miles de personas, sin voz ni voto, mujeres, ancianos, niños y niñas.
Todos sabemos qué pasó en Auschwitz, todos
sabemos las condiciones en las que vivían, si llegaban a vivir, claro, y todos
podemos imaginar, aunque ni una milésima parte, el sufrimiento y el horror que
los presos del holocausto vivieron entre esas alambradas de 4 metros de alto y
electrificadas. El imperio Nazi construyó Auschwitz y los demás campos de
concentración y exterminio y creó con ellos la gran industria de la muerte.
Todo lo que podía aprovecharse de un ser humano, lo aprovecharon. Todo lo que
se podía hacer con un ser humano, lo hicieron. Todo, y nada bueno.
Ninguna entrada de blog, ni muchas
palabras juntas van a poder describir todo lo que se ve y todo lo que siente en
Auschwitz. Por eso, prefiero dejar algunas fotos y recomendar a todo el que
tenga la oportunidad a ir a ver esta parte de la historia de la humanidad con
sus propios ojos, pisando el suelo que muchos pisaron descalzos años atrás y
viendo lo que la raza humana es capaz de hacer cuando el poder y la soberbia se
apoderan de ella.
So, remember: The one who does not remember history is
bound to live through it again
Aquel que no recuerda la historia, está condenado a repetirla. Por lo que es importante no olvidar los errores cometidos, para no volverlos a repetir.
