«Yo creo en el rosado. Yo creo que la risa es el mejor quemador de calorías. Yo creo en besar, besar un montón. Creo en ser fuerte cuando todo parece ir mal. Yo creo que las niñas más felices son las más hermosas. Creo que mañana será otro día y creo en los milagros.»
Así era
ella. Así era Edda kathleen Van Heemstra Hepburn, más conocida como Audrey
Hepburn.
Nació en
Holanda, un 4 de Mayo de 1929, en el seno de una familia aristócrata. Hija de
banquero y de una madre cantante de ópera, Audrey se vio desde pequeña aturdida
con los problemas entre sus padres. Cuando cumplió los 10 años de edad, sus
padres se separaron y se mudó a Londres donde comenzó a estudiar danza y arte
dramático en la Marie Rmbert School.
La
segunda guerra mundial marcará su vida dejándola sin sus dos hermanos, uno de
ellos exterminado en un campo de concentración.
Su
carrera como actriz comenzó cuando apenas tenía 21 años, sin embargo, fue a los
23 cuando conquistó los corazones de todos los espectadores en “Vacaciones en
Roma”. Tanto, que ganó el Oscar a la mejor actriz.
Desde
entonces, su carrera no hizo más que sumar éxitos y a pesar de ser la primera
actriz en ganar un Oscar, un Globo de Oro y un premio BAFTA por una sola
actuación, la vida sentimental de Edda, no tenía nada que ver con la que aparecía en la gran pantalla.
La
infelicidad y la frustración emocional eran las protagonistas de la película de su vida. Casada en dos ocasiones y madre de dos hijos, no consiguió
encontrar la verdadera felicidad en ninguno de ellos.
Y es que como ella decía,
nació con una necesidad enorme de afecto y una necesidad terrible de darlo, por
lo que a veces, por su ritmo de vida, no tenía ni lo uno ni lo otro.
Finalmente, consiguió
encontrar su camino cuando se retiró de la vida cinematográfica para dedicarse
por completo a sus hijos y a las labores benéficas, llegando a ser Embajadora
de Buena Voluntad de UNICEF.
Esta belleza belga, cumpliría
hoy 85 años y estoy segura de que si no se hubiera ido, seguiría con esa elegancia que tanto le caracterizó.
Su aspecto delicado, frágil,
etéreo, angelical y parisino marcaron un antes y un después en el mundo de la
moda.
Sin siquiera quererlo, en
una época dominada por las curvas y la voluptuosidad, Audrey, la chica delgada
y sin curvas, se convirtió en uno de los iconos de la moda y en una
leyenda femenina.
Ya lo advirtió Billy Wilder: "Esta
jovencita logrará convencer al mundo entero de que los grandes senos y
pronunciadas curvas son un inútil vestigio del pasado".
Cuellos altos, guantes hasta
el codo, bailarinas, bolsos, pantalones pitillo tobilleros, pelo corto, jerseys
masculinos y gafas de sol XL fue todo con lo que contó para convertirse en un referente.
Nada de lujos, de joyas con
brillantes, de abrigos de pelo o caprichos innecesarios. Audrey se caracterizó
por su sencillez, por conseguir vestir más elegante que ninguna, sin necesidad
de ostentosidades, llevando tan solo una camisa blanca, una gabardina, unos
piratas y unos mocasines.

Su inseparable diseñador y
amigo, Hubert de Givenchy, lo
explicaba así: "Extendió su
naturalidad a su forma de vestir. Siempre daba a los vestidos creados para ella
un toque personal que todo lo realzaba, no sólo la elegancia, sino el diseño
entero".
Delicada, elegante,
sencilla, sutil, inteligente y extremadamente solidaria. Audrey siempre dijo
que, «La belleza de una mujer no está en
un lunar facial, sino que la verdadera belleza de una mujer se refleja en su
alma”
Pues bien, sin duda, ella,
tenía un alma muy bella.